Agustina Palacio de Libarona, “la heroína del Bracho” (aproximadamente 1825-1880), fue una dama santiagueño-tucumana que vivió una terrible odisea, atrapada en las salvajes luchas políticas de los tiempos de la Liga del Norte contra Rosas, durante las guerras civiles.
En “Agustina, mujer invencible” (06/05/2012) Carlos Páez de la Torre (h) cuenta su historia. Hija de Santiago Palacio, que había gobernado interinamente Santiago del Estero en 1831, para 1840 estaba casada con el español José María Libarona, y tenían dos hijas, Elisa y Lucinda. Residían en Tucumán. “Libarona llevaba la contabilidad de comercios importantes. Tenía pulcra redacción y excelente caligrafía. Curiosamente, estas cualidades vendrían a constituir su perdición”, cuenta Páez de la Torre.
Recuerdos fotográficos: 1991. Cuando el “Malevo” le regaló su sombrero al “Chiche” AráozEn septiembre de 1840 fueron a visitar a la familia en Santiago. El 24 la tropa urbana de Santiago se subleva al mando de Santiago Herrera. Ultiman al comandante Francisco Ibarra, hermano del gobernador Juan Felipe Ibarra, a quien no logran capturar. El juez Pedro Unzaga convoca a los vecinos para formalizar la deposición y nombrar un sucesor. Obligaron a Libarona a redactar el acta. Los reunidos, además, se proclamaron partidarios de la Liga del Norte, que Ibarra se había negado a integrar.
Pero el día 28 Ibarra sometió a los alzados y regresó al Cabildo. Estaba furioso por la muerte de su hermano y dispuesto a desquitarse. Ordenó el arresto de Unzaga, del comandante Santiago Herrera y del autor del acta, José María Libarona. “Los soldados de Ibarra entraron en casa de los Palacio rompiendo puertas a culatazos, mientras Agustina escapaba cargando a sus hijas por los techos. Pasó una noche atroz en el convento de Santo Domingo, oculta en la celda donde estaban depositados cuatro cadáveres que se enterrarían al día siguiente”, relata Páez de la Torre.
Captura y tormentos
Libarona había intentado refugiarse pero terminó capturado por los soldados de Ibarra y llevado a su campamento. Agustina corrió a verlo. Lo divisó atado a un poste, semidesnudo, al rayo del sol. En el campamento presenció la aplicación de la terrible tortura del retobo. Consistía en encerrar totalmente al prisionero en un cuero fresco de res cosido al cuerpo, de modo que, al secarse el cuero, le fuera destrozando los huesos. Así murió Herrera.
“Días después, Ibarra ordenó que Libarona y Unzaga fueran llevados al fortín del Bracho, ubicado unos 120 kilómetros al noreste de la ciudad. Ella se presentó ante el mismo Ibarra para suplicar clemencia. Furioso, el gobernador respondió, antes de echarla: ‘¡Dejen a ese gallego donde está’ ”, sigue el historiador. Después Ibarra ordenó que Unzaga y Libarona fueran llevados más adentro del Chaco santiagueño. Ella dejó a sus hijas con los Palacio y fue a buscar a su marido. “Viajé de día y de noche, atravesé Matará sin detenerme y penetré en el desierto”, cuenta. “ Cuando arribó por fin a la choza de los presos, vio con horror que Libarona, flaquísimo y afiebrado, había perdido la razón”. Siguieron meses a lo largo de los cuales la pesadilla iba creciendo en atrocidad. Llegó otra orden de Ibarra y el prisionero fue llevado más lejos. “Agustina apelaba a cualquier medio para sobrevivir. No estaba su hija para amamantarla, pero dio el pecho al hijo de una india enferma, así como tejió para las otras a cambio de alimento. Con sus propias manos armó un precario rancho y lo cubrió con totora que había entretejido. Caminaba leguas para obtener agua, bajo la mirada implacable de los guardias”.
Muerte en La Encrucijada
Agustina, antes niña mimada por la fortuna, tenía aspecto de mendiga. “La piel se me caía de las piernas, del rostro y de los hombros. No tenía otros vestidos que los que me cubrían desde hacía cuatro meses”. El último traslado dispuesto por Ibarra los condujo a La Encrucijada, un paraje tan desolado y falto de agua como los anteriores. Allí expiró Libarona entre convulsiones, el 11 de febrero de 1841, en brazos de Agustina. Ella consiguió que, dos días después, fuera un carro para conducir el cadáver hasta el cementerio de Matará. Pero no fue posible subirlo al vehículo: “los miembros se separaban y las carnes se caían a pedazos”. Debió enterrarlo allí mismo. Unzaga sería muerto a lanzazos en 1844.
Agustina regresó a Santiago con su familia y partió con sus hijas a Tucumán. Su hija Elisa se casó en 1858 con el industrial Juan Manuel Méndez, dueño del ingenio La Trinidad. Tuvieron seis hijos. Murió en 1869 y el viudo se casó, en 1870, con Lucinda, de cuyo matrimonio nacieron otros seis.
Agustina estaba en Salta a comienzos de la década de 1860, cuando el viajero francés Benjamin Poucel pidió que le narrara aquellas peripecias de 1840-41. Las publicó primero en un diario porteño y luego en “La vuelta al mundo”, en París. Su texto apareció allí en 1863, en la famosa revista “Correo de Ultramar”, ilustrado con grabados (uno de los cuales, la sepultura de Libarona, ilustra esta nota). En 1925 se editaría, traducido, en el folleto “Infortunios de la matrona santiagueña doña Agustina Palacio de Libarona, la heroína del Bracho”. Agustina Palacio de Libarona falleció en Salta, el 13 de diciembre de 1880.
El texto completo de la nota de Carlos Páez de la Torre está en